sábado, 12 de abril de 2008

LOLITA Y LAS ESCALERAS MECANICAS

Lolita era una ratita muy presumida. No le gustaba salir de casa sin haberse mirado al espejo y comprobado que cada pelo de su cabeza estaba en su sitio y la cara le brillaba de puro limpia, entonces, con mucho cuidado se colocaba su sombrerito color turquesa y se lo anudaba bien para que no se le cayera. En ese momento el espejo le devolvía una imagen impecable y sus ojillos, pequeñitos y pícaros chispeaban de satisfacción.

Faltaban pocos días para la llegada de la Navidad y como era tan previsora, aquella tarde había decidido ir a realizar sus compras antes de que todo estuviese lleno de gente y le costase más tiempo y dinero adquirir los regalos que tenía pensados para sus amigos.

A Linda, la gatita coquetona que siempre la escuchaba y la aconsejaba cuando tenía un problema, le quería comprar un delantal nuevo, pues se había dado cuenta de que el que usaba para hacer sus ricos pasteles ya estaba muy gastado y quizás no aguantaría más lavados.

A oscar, el topo bromista e inquieto que siempre las acompañaba a las fiestas y les hacía reír con tanta facilidad, le buscaría un juego de magia, para que practicara buenos trucos y siguiera animando las fiestas.

A Pedro el cerdito, llevaba tiempo convencida de que lo que le hacía más falta era un libro donde aprendiera a comer mejor y dejar de engordar, porque había que ver como se estaba poniendo últimamente.

y a Lisa, esa perrita tan mayor que vivía al final de la calle y a la que acudían todos siempre que estaban tristes en busca de palabras de consuelo, le buscaría una mantita suave y sedosa para que la resguardase del frío helado que estaba haciendo ese invierno.

Pero claro, eran cosas tan variadas que una de dos; o se recorría la ciudad de tienda en tienda hasta encontrar todo, o se iba a un centro comercial donde hubiese de todo y acabar antes.

Lo que ocurría es que a Lolita los centros comerciales como que no le gustaban demasiado. Bueno, a decir verdad no le gustaban nada. Salio de casa con estos pensamientos y andando acera abajo barajaba los prós y los contras de las dos alternativas.

Decididamente no le apetecía recorrer muchas tiendas, pues el frío en la calle era tremendo y conforme iba andando por la acera se fue quedando helada, y la nariz cada vez se la notaba menos, por momentos creía que se le iba a caer al suelo, rota, así que no lo pensó más y enfiló calle abajo rápidamente hacia el Corte Ingles que había al final. Allí al menos estaría calentita.

¡Uf, que calentito se está aquí dentro! Se dijo cuando traspasó las puertas de cristales que se abrían y cerraban automáticamente al compás de la música de villancicos que sonaba dentro.

Lolita se alegro de haber elegido hacer sus compras allí. Dentro todo estaba lleno de adornos de Navidad, había lazos rojos y bolas doradas y muchas luces que se encendían y se apagaban.

Recorrió toda la primera planta y encontró el libro que buscaba para Pedro. Como no le gustaba subir por las escaleras mecánicas decidió subir por las escaleras normales hasta la segunda planta, donde estaba la sección de hogar.

Allí buscó y buscó y al final encontró la mantita ideal para Lisa. Era blandita, sedosa y no pesaba nada, así se podría acurrucar en ella sin que le molestase a su cuerpecito ya viejo y delgadito y desgastado por la edad, y seguro que su color rosa le encantaría pues ese color era su favorito.

Llevaba ya casi una hora dando vueltas y comenzaba a sentirse cansada pero aún así volvió a subir por las escaleras ya que los juguetes estaban en la planta cuarta y allí encontraría el juego de magia. Entre multitud de cajas de juegos de todas clases encontró al fin uno que decía “Magia para principiantes” y Lolita se dijo “- ¡aja! Este es el que yo buscó” y sin darle más vueltas fue a la caja y después de que se lo envolvieran en un bonito papel de colores y le colocaran un lazo rojo lo pagó, y cogiendo la bolsa junto a la otra se fue a buscar los regalos que le faltaban.

Iba a mitad de las escaleras cuando de repente se sintió tan cansada que tuvo que sentarse en una de ellas. Las bolsas le pesaban, ella era una ratita menudita y aquello era demasiado peso. Allí sentada, con la cabeza apoyada en la pared, sintió como un rugidito; escuchó atentamente y se dio cuenta de que era su estómago. ¡Claro! – se dijo – si no he merendado… acababa de caer en la cuenta de que estaba muerta de hambre.

En la siguiente planta estaba la cafetería así que de un salto se levantó y subió el tramo de escaleras que le faltaban. Pronto se encontró cómodamente sentada delante de una taza de chocolate calentito y una buena ración de pastel de manzana.

Mientras comía unos recuerdos acudieron a su mente. Cuando era niña su madre la llevaba de compras allí y siempre acababan la tarde merendando precisamente chocolate y tarta de manzana, su merienda favorita. Juntas se lo pasaban de fabula, recorrían las plantas de arriba abajo, mirándolo todo.

Recordaba muchos detalles de aquellas excursiones…y de pronto, algo agitó su corazón, un recuerdo olvidado, arrinconado, se coló entre sus pensamientos. Recordó que ella entonces no le tenía miedo a las escaleras mecánicas, al contrario se lo pasaba bomba cuando subían y bajaban por ellas, es más, mientras que su madre iba parada hasta llegar a su destino ella subía y bajada dos o tres veces, no había manera de que se estuviese quieta… pero un día algo terrible ocurrió… al recordarlo su corazón comenzó a palpitar rápidamente pero por mucho que quiso volver a enterrarlo no pudo, la escena pasó ante sus ojos.

Aquel día ella iba un poco revoltosa, mas de la cuenta, y su madre no hacía mas que reñirle para que se estuviese quieta pues las escaleras iban llenas de gente y ella no hacía más que subir y bajar incordiando a todos.

Llevaba un vestidito de falda de vuelo que casi le llegaba a los pies, de repente ella tropezó con un señor muy serio y no pudo evitar caer. En la caída su falda se pilló con la escalera, cuando se dio cuenta comenzó a gritar como loca, la escalera se la tragaba… y si aquel señor no la coge al vuelo arrancándole la falda dios sabe lo que habría ocurrido. Se armó un revuelo bueno y su madre ya pasado el susto se enfadó muchísimo con ella, tanto que la castigo sin merienda. A ella eso era lo que menos le importaba ya que el susto que había pasado le había quitado las ganas de merendar.

Esa noche tuvo pesadillas con las escaleras mecánicas que se convertían en un monstruo grande y feo que quería comérsela. Lo pasó tan mal que por la mañana se prometió no acordarse más de aquel suceso ni de las escaleras.

En adelante, cuando iba al Corte Ingles siempre subía por las escaleras normales y con los años se fue olvidando del motivo, solo recordaba que las mecánicas le daban miedo.

Ahora, recordándolo todo con ojos de adulta se dio cuenta de que ese miedo era absurdo, aquello le pasó porque no le había hecho caso a su madre subiendo las escaleras como era debido, sin tener cuidado. Aquello había sido un incidente sin mucha importancia, nada más.

Terminando su ración de pastel se sonrió dándose cuenta de lo que se había perdido durante tantos años a causa de su miedo infundado. Las escaleras mecánicas no eran ningún monstruo maligno al que hubiera que temer.

Con una sonrisa en la cara y una mirada pícara se fue derecha a las escaleras y sin pensárselo dos veces se subió en ellas. Cerró los ojos y se vio de nuevo, pequeña y traviesa soltándose de la mano de su madre, jugando a imaginarse que iba subida en nubes de algodón que se movían por el cielo y que le llevarían a mundos desconocidos.

Así, como una niña revoltosa, se recorrió de nuevo todas las plantas, subiendo y bajando por las escaleras mecánicas, divirtiéndose tanto, tanto… que se olvidó de comprar el resto de regalos.

3 comentarios:

angela dijo...

Es muy bonito poner en animales vivencias de nuestra vida... y hacer que parezca naturales.Tú, lo has conseguido.Un beso Angela

BELMAR dijo...

;)

Franziska dijo...

¡Qué interesante! ¡Qué ratita tan simpática y juguetona!