martes, 17 de junio de 2008

CUANDO ME HICE CONSCIENTE DE MI AMANECER

Era el año 2004, una mañana de primavera....

En el silencio de aquella mañana de lunes la persistente alarma del móvil me avisaba insistente de que eran las siete menos cuarto y había que volver al mundo “real”, y yo después de un gran esfuerzo por salir de la cama, venciendo mi habitual cansancio, me animé al fin, ante la aventura de afrontar un nuevo día. Lana, mi perra, me esperaba sentada en el pasillo y me llevó corriendo hacia la puerta de la calle. Al abrir la puerta una ráfaga de brisa fresca me avisó de que fuera podría darme frío y cuando me volví para coger de la percha del pasillo una vieja sudadera que todas las mañanas me ponía encima del camisón, me miré y pensé entre risas que tendría que comprarme una bata de verano. Algo mono para salir por la mañana a sacar a la perra. “No puedo seguir saliendo con estas pintas. Siempre no es carnaval”, me dije. Entonces recordé que unos días atrás, guardando la ropa limpia me había fijado en algo celeste que había entre los pijamas. Seguí mi intuición y subí al dormitorio. Abrí el cajón y allí mismo, olvidada en el fondo, había una bata que tenía desde siempre. Era compañera a un pijama, de esos de estilo chino, que hacía años que no usaba y probablemente habría tirado. En verdad, ni siquiera me acordaba de que estaba allí. ¡Que guapa estaba yo con ellos! Una vez fueron mis preferidos. Entonces vivíamos en el piso de la plaza Toral. ¿Cuántos años tendría?. ¿veinticinco? ¿veintiséis? David era aún pequeñito. A mi mente acudieron tenues recuerdos de aquel tiempo. “David tendría unos cuatro o cinco años, entonces ya me encontraba mal. Por aquel tiempo venía a casa un amiguito de la guardería a jugar con él que se llamaba Pablo. Siempre lo llevaba su padre. Era verano, uno de esos veranos que yo siempre estaba con fiebre y me daba frío. A mi me gustaba estar tranquila y cómoda con mi pijama y mi bata, y este señor, que ahora ya no consigo acordarme de si se llamaba Pablo también, se me presentaba como si fuese una amiga mía que trajese a su hijito a jugar con el mío mientras que nosotras echábamos la tarde. ¡Como si yo no tuviera otra cosa que hacer que estar de tertulia!; además, él era un hombre, dicho sea de paso, un poco soso y bobalicón, y un poquito raro. Todo el día iba con Pablito, como el le llamaba, de un lado para otro como si no tuviesen ninguno ni esposa ni madre. En mi recuerdo siempre lo veo achuchándole al carrito, lo que entonces llamaba la atención, pues no era corriente como ahora la imagen del padre llevando el cochecito. La señora, pese a que parecía invisible, existía, pero era directora de un colegio y siempre andaba ocupada. Entonces, me parecía a mí que ella era él y que él era ella. En aquellos años todavía no se veía normal este cambio de papeles, y yo la verdad, estaba hasta el gorro de aquél señor, que eso sí, era muy buena gente, pero sin darse cuenta invadía mi intimidad cada vez con más confianza y atontamiento. Creo recordar que hice algo para quitármelo de encima, pero lo que fuera no debió ser muy ético, ya que es algo escondido en mi memoria, un hecho que mi conciencia tiene velado para no enfrentarme al remordimiento de haber cometido algo malo. El caso es que conseguí que dejara de ir a mi casa, con lo que mi hijo perdió al primero de los pocos amigos que ha tenido, y yo, quizás también perdí al que podría haber sido un gran amigo para mí.”

En aquel punto de los recuerdos caí en la cuenta de que la amistad, para que florezca y dure, hay que cultivarla, y yo por alguna desconocida razón siempre había apartado a la gente de mi lado. De todas maneras aquello eran solo recuerdos del pasado, y yo tenía que descolgarme de ellos, porque si no sacaba a la perra pronto y me vestía no llegaría a la oficina, así que me coloqué la bata y bajé las escaleras. Me eché una ojeada y pensé que a pesar de tener tantos años y estar bastante usada aún me quedaba muy bien.

La perra se estaba impacientando y cada vez estaba más alborotada por lo que me costó ponerle la correa. ¡Como no me andáse lista se iba a mear allí mismo! A la pobre le costaba ya aguantar y ¡ya tenía merito que después de haber estado tanto tiempo sin salir a hacer sus necesidades fuera de casa que siguiese enseñada a hacerlo! Siempre ha sido muy inteligente y buena. Mientras la conducía a la calle me vino a la memoria el día en que vino a casa y los hechos que ocurrieron después. Fue en noviembre de mil novecientos noventa y uno, David, mi hijo, llevaba tiempo soñando con un perro, y un día su padre se presentó en casa con una bolita de pelos blancos, por lo que le pusimos de nombre “Lana”; en realidad lo decidí yo porque cuando la ví me recordó un ovillo de lana blanca y sedosa; era una mezcla de caniche con otra raza que no sabíamos cual pero que había dado como resultado una perrita maravillosa. Disfrutamos mucho criándola y pronto se hizo una más de la familia. Conforme crecía su pelo se fue haciendo largo y lacio, llegándole casi hasta el suelo; la cola erguida hacia arriba se abría como un gran abanico de pelo blanco y suave: siempre tuvo un nporte distinguido y señorial, que aún conserva. Cuando tuvo su primer celo una vecina que tenía un caniche con pedigrí, Rufo, nos convenció para que los dejásemos tener crías y tuvo cinco a cual más bonito y además resultó ser una madre perfecta. Por aquel tiempo nos habíamos comprado una caravana y en verano nos la llevamos con nosotros de vacaciones, pero surgió un problema. Se mareaba nada más subirse en el coche. Lo pasó fatal en el viaje y desde entonces cada vez que salíamos la teníamos que dejar en la guardería de perros. Siempre se quedaba llorando y nos daba pena dejarla, pero no había más remedio. Cierta vez, cuando fuimos a recogerla nos encontramos con que se le había escapado al encargado y estaba en mitad del camino, enganchada a un perro y se quedó otra vez preñada, volviendo a tener perritos. El caso es que, igual que era de buena para todo, lo era para conseguir escaparse cuando estaba en celo, y como siempre tenía perros en la calle esperándola, no pudimos evitar que pariese unas cuantas veces sin que nosotros le eligiéramos la pareja. Disfrutábamos bastante mientras criaba a los cachorritos, fuesen de raza o no, pero el problema estaba en que, cuando los cachorritos eran de Rufo, eran caniche casi auténticos y nos resultaba fácil conseguirles dueño, pero cuando era de un chucho costaba que los quisiesen y a nosotros nos gustaba encontrarles buenos amos a todos. Cierta vez que estaba de nuevo en celo, antes de que se nos escapase decidimos que dejaríamos que la preñase Rufo y tuvo cuatro hijitos; todos eran bonitos, pero nosotros nos encaprichamos con una que era verdaderamente linda. Fuimos encontrando familia para los otros, pero ésta se quedó la última y lana y ella se pasaban el día entero jugando de forma que Lana apenas nos echaba cuentas así que pensamos que, quizás si nos quedásemos con su hija, ella no nos echaría tanto de menos cuando nos íbamos de viaje y no tendríamos que llevarla a la guardería. Y así fue como nos juntamos con dos perras. A ésta le puse Ronda. Durante unos años nos funcionó; era más trabajo, pero estábamos encantados con las dos y echamos para adelante. Más tarde, como Ronda era casi caniche pura, la dejamos que tuviese crías con su padre y tuvo una que era casi idéntica a su padre. Nos volvimos a enamorar y esa vez no buscamos excusas tontas, sencillamente nos la quedamos y la llamamos Selina. La llamamos Selina. A partir de ahí la cosa se complicó. Por muy buenas que fuesen eran tres animales para cuidar. Mis hijos como todos al principio decían que las cuidarían, pero luego todos tenían cosas que hacer y el trabajo era para mí. Durante esos años yo no estaba nada bien, y a mi trabajo en el Ayuntamiento se sumaban las tareas de la casa, los niños y el trabajo que daban ellas, ya que nunca supimos enseñar a las dos pequeñas a que hicieran sus cosas fuera de casa, desde luego, porque nadie las sacaba a sus horas y yo no podía sacar tres perras de una vez. El trabajo que daban era enorme, soltaban mucho pelo y acabaron haciendo sus necesidades en la terraza, pero claro, luego había que limpiar la terraza, pero claro, luego había que limpiar la terraza. Era terrible, yo no podía con tanto. Toni, mi marido, les acondicionó un trozo de terraza para ellas, pero se pasaban el día entero allí encerradas. En verano hacía un calor terrible y en invierno frío. Lloraban mucho y cuando las dejábamos que saliesen para estar con nosotros lo ensuciaban todo, así que cada vez salían menos y yo sufría mucho por escucharlas de llorar, encerradas. Por mucho que protestaba y me peleaba con los niños, al final todo seguía igual; ellos siempre tenían excusa y la situación llegó a convertirse en un problema de difícil solución. Me gustaba tenerlas a mi lado, por la casa, pero no daba abasto limpiando lo que ensuciaban. En el otoño des dos mil tres, David se fue a trabajar y vivir a Málaga, así que éramos menos para cuidarlas. Allí encerradas, lloraban y yo también lloraba. Me horrorizaba la idea de que se pusiese alguna enferma y ni me diera cuenta. Casi no tenía quien cuidara de mí, ¿Quién iba a cuidar de ellas? Hasta que un día tomé la decisión de buscarles una familia que las pudiera tener por separado, libres y bien cuidadas. Para mi fue un sacrificio tremendo, lo hice sobre todo por ellas. Porque no se puede tener un animal de compañía encerrado, aquello no era vida; ellas se merecían estar con alguien que pudiera cuidarlas.

Hacía tiempo, en los primeros días de mayo, en la peluquería donde las llevábamos para pelarlas encontramos dueños para las dos más pequeñas. El día que se las llevaron se rompió algo dentro de mí, y aún hoy recordándolo no puedo evitar sentirme rota, es como si hubiese regalado a dos hijas mías, las quería tanto que preferí que se las llevaran con tal de no verlas encerradas. Pensé que estando con gente que las tratase bien y las cuidara iban a estar mejor que conmigo. Las sacrifiqué para que mi Lana, la más vieja, acabara sus días entre nosotros. Cuando se las entregué a sus nuevas dueñas yo confiaba ciegamente en que las cuidarían bien. Ellas así lo prometieron. Les advertí que si no se adaptaban a su nueva situación no tenían más que llamarme y de nuevo las recibiría en mi casa. Aquella mañana, cuatro de junio, un mes después de que se hubiesen ido Ronda y Selina, aún las echaba mucho de menos. Con un nudo en el pecho tuve que volver de nuevo a la realidad, pues si no me dejaba de recuerdos, Lana se iba a mear en la puerta de la vecina.

Hacía fresquito, parecía que iba a hacer un día muy bueno, faltaban pocos días para el verano y a mí me encantaba el buen tiempo. Íbamos hacía el parque, detrás del barrio, a lo que hasta hacía días había sido un campo lleno de yerbajos, pero lo estaban arreglando, habían hecho caminos con tierra de albero, como la del Paseo, y estaban colocando farolas; seguro que se quedaría muy bonito, aunque los vecinos más pesimistas ya comentaban que allí se iban a meter los jóvenes a hacer el botellón y armar jaleo. Es verdad que la gente dramatiza bastante, hay quien solo ve la parte mala de las cosas.

Valía la pena salir a esa hora, cuando las brumas del amanecer se abrían paso, para poder disfrutar del encanto del momento; se respiraba paz y tranquilidad, no era aún de día pero tampoco era de noche y los colores del cielo se emborronaban con las lucecitas de color naranja, que parecían dibujadas, salpicadas por todas las calles y que en aquellos momentos, comenzaban a apagarse; en milésimas de segundo se apagó la última farola, la bruma se hizo cada vez más luz, y al fondo, detrás de todo un tímido brillo, la luz comenzó a dibujar contornos, entonces el milagro diario tuvo lugar delante de mis ojos, el sol se fue abriendo paso en el horizonte, inundando la vega y a Antequera de un brillo y una energía inigualables.

Me costó apartar la vista de aquel espectáculo maravilloso, Lana tiraba de la correa y como yo no me movía porque me había quedado hipnotizada, se soltó, alejándose sin mí. Con pesar recobré el sentido y la llamé, le costó un poco obedecer porque ella tampoco quería volver. El momento era digno de clavarse en él, olvidándose de todo lo demás, flotar sobre el horizonte dejándose mecer por la brisa y dejarse embriagar con el canto de los pájaros. Cuando me di la vuelta el campo estaba ya inundado de luz y el color del albero se mezclaba con la luz del cielo. El fresco de la mañana se me metía por entre la bata; todo mi cuerpo se resentía, el dolor me obligaba a andar despacio, pero mi corazón palpitaba lleno de gozo. Las emociones se agolpaban en mi pecho y aceleré el paso, llevándome la paz y la tranquilidad del amanecer dentro de mí. Me esperaba otro día e iba a disfrutarlo pues comenzarlo de esta manera sería maravilloso.

Me arrebujé dentro de la bata y entonces me asaltó una idea clara y nítida; era como una certeza de que en nuestra vida hay siempre cosas buenas y malas, cosas que se dejan abandonadas en el cajón del olvido, cosas que contribuyen a que nuestra vida sea eso, nuestra vida. Esas cosas tienen un valor que casi nunca hemos sabido valorar, y de pronto un día, en nuestra continua búsqueda de renovación, búsqueda que lamentablemente la mayoría de las veces se hace a ciegas, nos encontramos con que lo que buscamos durante años, estaba en un cajón arrinconado, lo habíamos apartado de nosotros y de nuestra vida sin saber por que, simplemente porque nos habíamos olvidado de que estaba allí y de repente, un día casi por descuido, nos topamos con ellas y las vemos de forma diferente; de repente tienen un brillo especial. ¡Que bellas y atrayentes son! ¡Que valiosas las vemos entonces!

Me decía para mí misma que de pronto me había encontrado con que no necesitaba comprar una bata nueva ya que esa que llevaba años “en el cajón del olvido” resultó servir pues era bonita, suave, y lo mejor de todo, que me seguía fascinando como cuando estaba nueva. Entonces pensé: “¡Pero que tonta y ciega he sido! ¿Como la he dejado tantos años escondida?” Me pregunté si sería que alguien había cambiado la vieja por aquella otra, más bonita, más apetecible; pensé que podría ser un milagro, o quizás que en la noche, durante el sueño, algún ángel me había cambiado los ojos, ya que comencé a darme cuenta de que no era solo la bata, sino también la calle, el cielo, el horizonte, el aire, y hasta mi perra, parecía más linda y más hermosa. Pero, ¡no podía ser! me toqué los ojos, y eran los mismos; entonces ¿que había pasado? , me detuve y reparé en que también había más pájaros en el aire, su canto era más bello. ¡pero si hasta el aire olía mejor! ¡No me podían haber cambiado todos los sentidos! no, seguía siendo yo misma, pero no la misma., algo había cambiado en mí. ¿Sería mi manera de sentir y de ver las cosas? Era algo insólito que no me lo podía creer; mis sentidos eran los mismos, pero yo lo veía y sentía todo de manera diferente; era una sensación maravillosa. ¡Cuanta felicidad me había perdido y cuanta energía había malgastado pensando en batas maravillosas que me podría comprar, cuando en un cajón, tapada con otras cosas, estaba la de mis sueños, la mejor de todas!

Así, sumida en estos pensamientos regresé a mi casa, sujeta de la correa de la que tiraba la perra. Con todo el pesar del mundo me quité la bata para ducharme y vestirme, pues tenía que irme a trabajar. Esta vez la colgué en la percha, bien a la vista, para verla cada vez que me hiciera falta, y prometí que ya nunca más me olvidaría de ella. Quizás alguna que otra vez, cuando hiciese más frío, usaría la de invierno, o cuando hiciese más calor, saldría sin ella, pero una cosa era segura, siempre la tendría a mano; y quizás, ¿quien sabe?, con un poco de suerte, si buscaba en el cajón del olvido, quizás, encontraría más prendas olvidadas.

Aquella mañana me dirigí hacia la oficina todavía sumergida en mis pensamientos. Pasé el día ocupada en múltiples quehaceres pero impulsada por una fuerza interior que no me abandonó en todo el día. Al llegar la noche, antes de dormir, encendí el ordenador y por fin me dispuse a escribir algo que llevaba todo el día pugnando por salir de mi interior. Tenía que volcar todas las emociones y sentimientos que me bullían dentro, y esto es lo que salió:

“Cuando el guerrero decide enfrentarte a sus fantasmas sabe que tiene un largo camino por delante en el que le espera mucho trabajo, pero no le importa y lo asume con entusiasmo, alentado por esa llama que se enciende dentro de él cada vez que emprende una batalla nueva. Gastada la euforia del comienzo la realidad se hace más cruda y el cansancio deja su huella; entonces, la confusión y el desconcierto intentan ganar terreno. El buen guerrero nunca se rinde, podrá librar batallas en muchos frentes y unas ganará y muchas perderá, pero la “guerra” continúa. Una victoria le da fuerzas para soportar cien fracasos. A lo largo del camino va comprobando que el amor que va creciendo le hace fuerte, cada vez más fuerte. Un buen día, en un recodo del sendero descubre esa energía, esa sensación, esa fuerza.... le llena, le rebasa, le reconforta, le hace sabio, le hace comprender, le hace tolerar, le hace vibrar, la siente danzar dentro de él, le canta, le mece, le abraza, le hace brillar… “

Yo hoy me siento como ese guerrero: fuerte y valerosa, pero también algo cansada. Tengo ganas de seguir mi camino en busca de victorias, pero antes necesito hacer un alto en mi camino. Al hacerlo, en un recodo, he reparado en esa niña triste, abatida, pisoteada, anulada, abandonada.... esa niña que hay dentro de mi, y con el amor que me embarga la he mirado, le he extendido mi mano y le he dicho:

“Ven, siéntate a mi lado, no sufras más, no temas; ya no estarás más sola ¡Te amo tanto!. Tenemos mucho de que hablar, yo te contaré y tú me escucharás, tú me contarás y yo te escucharé. Juntas andaremos el camino, no importará que sea largo y duro; no importará que alguna vez nos perdamos, porque cogidas de la mano encontraremos otra vez el buen sendero. No importará que nos coja la noche, haga frío y no tengamos donde refugiarnos porque las dos abrazadas nos reconfortaremos hasta que venga el día. Juntas lloraremos, juntas reiremos, juntas nos equivocaremos, juntas aprenderemos de nuestros errores, juntas amaremos. Juntas disfrutaremos del sabor dulce y amargo de la vida; juntas las dos, tendremos el coraje y el amor que hace falta para andar el camino sin mirar atrás. Así que ya sabes mi niña: no llores más, que tú y yo cogidas de la mano caminaremos una eternidad. Quiero decirte tantas cosas que se me agolpan las palabras. Hemos estado calladas tantos días, tantos años, tanto... que no se por donde comenzar. Te miro a los ojos, esos ojos de mirada fija y penetrante, implorante y suplicante, y no se como he podido estar tanto tiempo sin darme cuenta, sin reparar en ti. ¡Te he tenido tan olvidada por tanto tiempo! Ahora sé que tú no has estado escondida, has estado mirándome y reclamándome desde el rostro de mi hijo, desde el de mi hija, desde el de mi padre, de mi madre, de mis amigas, desde la gente que me rodea... he sido yo quien te arrinconé, te dañé, te ofendí, te metí en el cajón del olvido y luego te eché encima mis miedos, mis dudas, mis incertidumbres, mis desesperanzas, mis quejas, mis críticas, mi sentido de culpabilidad, mi desconfianza, mi rencor, mi rabia, y debajo de todo, tú aún me reclamabas a través de los ojos de todos, y utilizabas sus brazos para extenderlos hacia mí y suplicarme que te sacara de allí. Me decías que necesitabas mi amor, mi aprecio, mis cuidados, mi reconocimiento, mi apoyo, y querías decirme que tu, a pesar de todo, me amabas más que a nada, tal como yo era., que te tenía para apoyarme y darme ánimo; que no me culpabas de nada, que no tenía que hacer nada especial para merecerte, que lo único que necesitabas era que te reconociera y te dejara estar a mi lado. He estado ciega, no te veía, no te reconocía en ellos. Hasta este momento nunca hasta ahora pensé que cuando mi hijo me reclamaba llorando eras tú, mi niña interior, quien me llamaba y me decías que estabas ahí. Ahora ya no nos separaremos más, iremos juntas, cogidas de la mano. Juntas recorreremos este camino, largo y quizás todavía difícil.. Tú ya no estás sola, yo tampoco. Así, enlazadas de la mano; al igual que en el cuento de navidad, nos trasladaremos primero al pasado. Haremos un recorrido por estos años ya vividos, tratando de unir los recuerdos para hilar nuestras vidas, tratando de comprenderme mejor para aceptarme a mi misma y llegar a concederme el perdón que tu me pides y así poder comprender, aceptar y perdonar a los demás. Requisito imprescindible para conseguir la paz interior que anhelo. Recorreremos, esta vez sin dejarte atrás, mi infancia y mi adolescencia y me acompañarás hasta la madurez, y una vez regresemos de nuestro viaje por el pasado, lo olvidaremos y no nos volveremos a recrear en él. Miraremos hacia delante, siempre presentes en el aquí y el ahora, y junto a ti viviré toda mi vida, porque ¡eso si! NUNCA MAS DEJARE DE SER LA NIÑA QUE DESEO SER.”

Aquella conversación con mi niña interior había sido maravillosa, mágica; con ella vertí lágrimas fuertes y amargas, dulces y saladas, tristes y alegres, pero fueron sobre todo liberadoras. Destaparon energías densas y negativas que había en mí y me sentí llena de un entusiasmo renovador. Presentí que me haría seguir adelante, aunque el camino que me esperaba sería largo y duro, deseaba cumplir con lo prometido a mi niña interior; Me lo debía a mi misma, me lo merecía.

Aquél cuatro de junio de dos mil cuatro fue intenso y maravilloso, aquél día comencé a escribir, aunque fuese de una forma un tanto especial. Aquél día decidí enfrentarme a mis fantasmas cara a cara, para ello pensé que sería divertido hacerlo por escrito, ya que siempre me había gustado escribir, escribiría como terapia; desde entonces no he dejado de hacerlo. El camino ha sido duro, muy duro, y hoy, después de algunos años sigo haciéndolo y he pensado hacer realidad uno de mis sueños de toda la vida: convertir todos estos escritos en un libro; los recopilaré, tacharé y corregiré. Soy consciente de que siempre habrá alguien que no entienda lo que yo quiero transmitir, que se sienta afectado por lo que cuente, pero no hay nada más lejos de mi intención el provocar que nadie se sienta dolido. Mi intención y mi deseo no es dañar a nadie. Quizás la realidad haya sido otra, pero yo cuento las cosas cómo la he vivido y sentido yo y cómo esto ha influido en mí. Yo sé que no es bueno remover el pasado, sé que hay que vivir el presente, pero también que hay excepciones en las que se justifica; no hurgo en el pasado, lo traigo al presente para reconciliarme con él. Estoy convencida de que conforme siga con mi relato iré tomando conocimiento de muchas cosas enterradas en mi subconsciente. Es un trabajo que necesito hacer para sanar mi vida y aunque tal vez nunca llegue nadie a leer lo que escribo, el esfuerzo habrá cumplido su finalidad. Yo comencé a escribir porque necesitaba hacerlo. Desde que hace tiempo que emprendí la tarea de encontrarme a mi misma, comprendí que para conseguirlo tendría que ir tirando del ovillo, desenredarlo sin dejar ningún cabo suelto. Solo así la labor sería fructífera. Hay personas implicadas en mi vida que quizás en algún momento de ella hayan salido mal paradas en mi juicio, debido a que mi vivencia de entonces así lo exigió: ellas se merecen una reconsideración de los hechos por mi parte, es un tributo que quiero brindarles.

jdiana